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‘Los Chapitos’, detrás de la masacre en el centro de rehabilitación Shaddai en Culiacán

Ataque calculado, ejecutado con frialdad

La madrugada del domingo 7 de abril no fue una más. Eran alrededor de las 4:40 de la mañana cuando un convoy de vehículos con hombres armados irrumpió en el centro Shaddai, un espacio dedicado a la rehabilitación de personas con adicciones. Los sujetos descendieron con armas largas y chalecos tácticos. Iban directo. Sabían a quiénes buscaban.

En cuestión de minutos, ejecutaron a ocho personas dentro del inmueble. Una novena víctima moriría horas después en un hospital. Los testigos narran que no hubo advertencia ni negociación. Solo ráfagas. Algunos internos intentaron esconderse, otros suplicaron. El comando no hizo distinciones.

Cinco personas más resultaron heridas, dos de ellas de gravedad. El resto de los pacientes y el personal huyeron como pudieron. La sangre aún estaba fresca cuando las autoridades llegaron. El terror ya se había esparcido por toda la ciudad.

Una guerra silenciosa: Chapitos vs Mayos

Lo que parecía una matanza sin sentido pronto adquirió forma. De acuerdo con información oficial, el ataque no fue aleatorio. El objetivo eran supuestos integrantes de la facción rival de ‘Los Mayos’, encabezada por Ismael “El Mayo” Zambada.

Omar García Harfuch, titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, confirmó que los agresores pertenecen a una célula ligada a ‘Los Chapitos’. Detrás del acto, dijo, hay una disputa interna que desde hace tiempo ha dividido al Cártel de Sinaloa.

Y es que esta no es la primera vez que centros de rehabilitación son blanco de ataques. En varias regiones del país —incluyendo Guanajuato, Michoacán y Baja California— han sido utilizados como escondite, refugio o punto de control por células criminales. En Culiacán, la situación parece haber escalado a un nuevo nivel.

Una red bajo fuego: Shaddai no estaba solo

Horas después de la masacre, otros dos centros vinculados a la misma red fueron atacados: “Rehabilítate” y “Casa Manantial”, ambos ubicados en la colonia Villa Universidad. Aunque en estos casos no hubo víctimas mortales, los ataques generaron un efecto devastador: decenas de internos abandonaron los anexos por miedo a ser ejecutados.

Los tres centros pertenecían a la Unión de Redes de Centros de Rehabilitación en Sinaloa, encabezada por Guillermo Rodríguez Gaxiola, quien además era propietario de Shaddai. Su destino también fue trágico: fue secuestrado horas después del ataque, en su propia casa y frente a su familia. Días más tarde, fue hallado sin vida. Su cuerpo mostraba señales de tortura. Lo identificaron por sus tatuajes.

Rehabilitación bajo amenaza: ¿quién protege a los más vulnerables?

La masacre de Shaddai destapó un problema tan viejo como ignorado: la inseguridad que viven los centros de rehabilitación en México. En muchos casos, estos lugares operan sin protocolos claros de protección, sin vigilancia adecuada y en medio de amenazas constantes por parte del crimen organizado.

En Sinaloa, estas clínicas se han vuelto zonas de riesgo. Algunas, incluso, han sido utilizadas por los propios cárteles como centros de reclutamiento forzado. Otras han sido escenario de ejecuciones, venganzas y ajustes de cuentas.

El miedo se ha instalado entre los pacientes, pero también entre las familias y el personal que trabaja en estos lugares. Hoy más que nunca, estos centros piden ser vistos, escuchados y, sobre todo, protegidos.

Autoridades prometen justicia, pero el miedo persiste

Las fuerzas federales —Sedena, Marina, Guardia Nacional y la Fiscalía General— han iniciado un operativo conjunto para dar con los responsables. Según García Harfuch, ya se tienen identificados los vehículos utilizados y se han recabado pruebas que podrían derivar en próximas detenciones.

Pero mientras las investigaciones avanzan, la pregunta flota en el aire:


¿Quién garantiza que esto no volverá a ocurrir?

La masacre en Shaddai no fue un hecho aislado. Fue un mensaje. Uno que se sigue leyendo con miedo en las calles de Culiacán y en cada rincón del país donde un joven en recuperación hoy se pregunta si va a sobrevivir al tratamiento… o a la guerra que lo rodea