El detalle es tan sutil como decisivo: el nombramiento de la nueva presidenta de la Cámara de Diputados, Kenia López Rabadán, se retrasó deliberadamente para que no apareciera en la foto. Hubiera sido inaceptable, *para la narrativa del oficialismo, que a la izquierda de la mandataria apareciera una persona de la oposición. Pero de ser asi; habría sido una postal republicana, con diversidad y contrapesos. Pero en el régimen prefirieron esperar para que la imagen quedara “limpia”, sin manchas opositoras, con el rostro único de una familia política en pleno.
Porque esa es la clave: la fotografía no es institucional, sino íntima. No muestra la pluralidad democrática, sino la unidad de un grupo que se adueñó de todo. Es, en realidad, una foto familiar.
En esa imagen convergen tres procesos: En el Legislativo: la sobrerrepresentación artificial que le dio a Morena la mayoría anhelada; el presidencialismo exacerbado que nunca conoció límites en el Ejecutivo; y el nuevo integrante en el Judicial; la “Corte del Acordeón”, que se expandió y contrajo hasta quedar bajo control político. El equilibrio de poderes, aquel que costó décadas de transición democrática, se evaporó con una sonrisa y un flashazo.
Lo más inquietante no es la concentración del poder, muchos han soñado con ello, sino la normalización de esa concentración. El régimen no se presenta como autoritario, sino como democrático. La gente no ve un golpe de Estado, sino una ceremonia solemne. Y sin embargo, el mensaje es inequívoco: ya no hay contrapesos, solo una coreografía cuidadosamente diseñada para mostrarnos que todo pertenece a la misma casa.
El problema de las fotos familiares es que también son clausuras. En ellas se fija un instante como definitivo, pero también se sella el destino: nadie entra, nadie sale. La democracia mexicana, que alguna vez fue una promesa de pluralidad, quedó ayer convertida en un álbum privado del poder.